La reconocida predicadora estadounidense Iverna Tompkins, conocida por su agudo sentido del humor, una vez dijo: "Para que una mujer sea aceptada como predicadora y líder en la iglesia, debe ser el doble de excelente que un hombre. Afortunadamente, eso no resulta complicado".
Esta frase irónica refleja una realidad subyacente sobre las dificultades que enfrentan las mujeres para acceder a roles de liderazgo y predicación en el ámbito eclesiástico. La falta de oportunidades para aprender, crecer y desarrollarse limita significativamente las posibilidades de las mujeres de obtener plataformas de liderazgo y ministerio de manera justa.
Uno de los desafíos fundamentales que enfrentan las mujeres en la iglesia es la escasez de recursos destinados a promover su desarrollo continuo como líderes. Incluso en comunidades que abogan por la igualdad de género, las mujeres suelen carecer de oportunidades para ejercer un liderazgo efectivo, especialmente en la predicación. Al asumir roles de autoridad o enseñanza, las mujeres pueden ver cuestionada su credibilidad rápidamente debido a la falta de experiencia que se adquiere a través de la formación y la práctica. Lo que podría ser considerado como un proceso natural de aprendizaje en un hombre, puede ser interpretado de manera negativa en una mujer, poniendo en duda su presencia en la plataforma.
Aunque la idea de mujeres en posiciones de liderazgo dentro de la iglesia está ganando aceptación, esta aceptación se refleja más en palabras que en acciones concretas. A menos que los líderes eclesiásticos respalden activamente a las mujeres, estas seguirán enfrentando limitaciones en su desarrollo y capacitación como oradoras y líderes.
En algunos entornos religiosos minoritarios, se valoran y aprovechan plenamente las habilidades de liderazgo de las mujeres. La iglesia ha sido considerada como la esperanza del mundo, pero esta esperanza no se materializará si la iglesia subestima el potencial de sus miembros femeninos.
Es crucial que el cuerpo de Cristo vaya más allá de las palabras y se comprometa a capacitar a las mujeres para ejercer un liderazgo efectivo. El respaldo oficial carece de significado si no se traduce en oportunidades reales de liderazgo para las mujeres.
Entonces, ¿cómo podemos facilitar de manera rápida y eficaz el desarrollo de mujeres líderes? ¿Quizás a través de la educación? Aunque la formación teológica es parte de la solución, muchas mujeres con títulos ministeriales se ven limitadas en su ejercicio práctico. Obtener una maestría no garantiza automáticamente el acceso a roles de liderazgo para una mujer. Un hombre no necesita un doctorado para ser pastor principal, pero una mujer puede enfrentar obstáculos adicionales. La educación es relevante, pero no suficiente por sí sola.
Cuando Jesús preparaba a los futuros líderes de la iglesia, no los envió directamente a un seminario. Los atrajo a su lado, trabajando estrechamente con ellos durante tres años completos. Tras su resurrección, encomendó la nueva iglesia a sus discípulos, consciente de sus limitaciones y de que aún debían desarrollar plenamente sus capacidades de liderazgo. Esta decisión audaz, aunque común en la práctica de Jesús, refleja su confianza en líderes en formación en cada generación.
La tutoría surge como un método fundamental en el desarrollo de líderes, sin embargo, en ocasiones, no está disponible para las mujeres llamadas a liderar. Esto debe cambiar.
No es suficiente esperar que las mujeres alcancen la excelencia por sí solas, ni enviarlas a instituciones educativas sin un acompañamiento adecuado. Es vital establecer programas de mentores para mujeres líderes, tanto actuales como emergentes. Esto implica transformar las culturas y prácticas que obstaculizan la tutoría femenina, así como aprender a ejercer el rol de mentor y allanar el camino para que las mujeres puedan asumir plenamente posiciones de liderazgo.
Como fundadora de REPOSA - Red de Pastoras, Líderes y Mujeres en el Ministerio, es crucial abordar las barreras que enfrentan las mujeres en la iglesia para acceder a roles de liderazgo y predicación de manera equitativa. Necesitamos más oportunidades de desarrollo, recursos para fortalecer habilidades y programas de mentores efectivos. La iglesia debe comprometerse activamente a capacitar a las mujeres para un liderazgo efectivo. Juntas, podemos construir un futuro donde las mujeres sean valoradas y empoderadas en sus roles de liderazgo en la iglesia. ¡Sigamos trabajando juntas para lograr un cambio significativo y transformador en la comunidad eclesiástica!
LDF